Un poeta de mi talla (Talla L en chaquetas y jerseys, varía según la marca en los zapatos) se junta con poetas y solo con ellos habla de lo trascendental y lo divino, del misterio que se oculta a los ojos del común de los mortales.
Como trabajo con poetas, hablamos poesía. Si, si, hablamos poesía, no hablamos de poesía. Cada palabra que sale de nuestra boca es un pequeño fragmento de un verso que haría palidecer de envidia a Góngora o a Keats.
Pues bien, uno de mis compañeros poetas me dice hoy (El que es adicto al porno, para la legión de seguidores de este blog), tan tranquilo, tan campante:
- Luís, me he dado cuenta que tu ropa no es de marca, aunque a tí te guste y te sea cómoda, y que vienes con la ropa del trabajo de casa y te vas con ella-.
Yo asiento, esperándome una segunda ráfaga.
-Yo siempre visto ropa de marca y cara, y no puedo permitir que nadie sepa donde trabajo, porque nunca sé cuando me voy a ligar a alguna chica al salir de aquí, y yo me cepillo a cualquiera ... (y enfatiza)... a cualquiera.
Algunos parece que viajan en tren express con destino al Parnaso.
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L.